A proposito del Evangelio: Jn 20, 19-23
La la venida del Espíritu
Santo sobre los apóstoles no se narra en los evangelios sino en otro libro del
nuevo testamento, “Los Hechos de los Apóstoles”, escrito por uno de los
evangelistas, san Lucas. Aquel día se cumplió, como Jesús había prometido, el
descenso del Paráclito, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, sobre los
que estaban reunidos en aquel lugar. Yo rogaré al
Padre –les había dicho– y os dará otro
Paráclito para que esté con vosotros siempre: el Espíritu de la verdad, al que
el mundo no puede recibir porque no le ve ni le conoce.
Como
nos sucedería a cualquiera, si estuviéramos a punto de quedarnos sin quien más
queremos en la vida, los apóstoles estaban tristes al oírle a Jesús decir que
se marchaba. El ambiente de la última cena era especialmente íntimo; diríamos
que Jesús se desahoga con los suyos. Les manifiesta abiertamente lo que lleva
en su corazón en esas últimas horas antes de la pasión, aunque sin poder evitar
el misterio para las inteligencias de ellos, todavía demasiado humanas, poco
sobrenaturales. Y a la vez, sale al paso de la inquietud de los Apóstoles, de
lo que en esos momentos les preocupa. Se acerca la hora del triunfo y, aunque
no será como ellos se imaginan, va a cumplirse –y a la perfección– la tarea
redentora que le llevó a encarnarse.
Una
vez consumada la misión del Hijo en favor del hombre, la presencia de Dios
junto a nosotros –siempre necesaria para que podamos ser santos– tendrá lugar
con la Tercera Persona, el Santificador: Os
conviene que me vaya, les dijo, porque si no
me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros. En cambio, si yo me voy, os lo
enviaré. El mismo Dios, en su Tercera Persona, es prometido por
Jesucristo antes de su Pasión y de su Ascensión. Y de tal modo sería su venida
y su presencia en el mundo que, por dura y misteriosa que les pareciera a los
apóstoles la marcha del Señor, era muy conveniente y mejor para el hombre esa
otra presencia divina en nosotros. Con admirable sencillez, les expone Jesús el
plan divino para la santificación de la humanidad: Cuando
venga el Paráclito que yo os enviaré de parte del Padre, el Espíritu de la
verdad que procede del Padre, Él dará testimonio de mí. También vosotros daréis
testimonio, porque desde el principio estáis conmigo. La presencia
permanente de Dios Espíritu Santo en el cristiano se manifiesta en un
testimonio continuo en él de Jesucristo; de modo que, por la acción del
Paráclito, los hijos de Dios tenemos en la mente y en el corazón la vida y las
enseñanzas de Jesús. Su doctrina es así una referencia constante para la propia
conducta y un ideal de vida para la sociedad: el cristiano, consecuente con su
condición, intenta de modo natural, a instancias del Espíritu, implantar con su
vida por doquier el ideal del Evangelio.
Os he hablado de todo esto estando con vosotros; pero el
Paráclito, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre, Él os enseñará
todo y os recordará todas las cosas que os he dicho. Deseemos vivamente,
por tanto, ese "singular" recuerdo –propiamente sobrenatural– de los
sentimientos y afanes de Cristo en nuestro corazón. Se vive así, como Él quiere
–como se sentía, por ejemplo, san Pablo–, una vida verdaderamente trascendente,
porque ya no es sólo terrena, pues, sin abandonar este mundo, por la acción del
Espíritu Santo, vivimos también la vida de Dios, somos otros
Cristos, aseguraba el Apóstol. Y de tal manera es esto necesario, que si
prescindiéramos de este nuevo modo de existencia en Jesucristo, seríamos –como
personas– algo truncado, seres sin terminar, sin lograr la plenitud que
propiamente nos corresponde: En verdad, en verdad
os digo que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no
tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida
eterna, y yo le resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera
comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre
permanece en mí y yo en él. Igual que el Padre que me envió vive y yo vivo por
el Padre, así, aquel que me come vivirá por mí.
La
Santa Misa, con la Comunión Eucarística, constituye la esencia y la raíz de la
vida cristiana. Hasta el punto de que es en unión con el sacrificio de Cristo
en la Cruz, renovado incruentamente cada día en nuestros altares, como tienen
la debida relevancia sobrenatural cada uno de nuestros pensamientos, palabras y
acciones. A esto nos lleva el Espíritu Santo. Esa vida que Jesús quiere para
los suyos y que quiere presente en la sociedad para que sea vivificada desde
dentro, es la que de Él brota para los hombres: de su Cruz y su Resurrección.
Es la misma que anticipadamente dío a sus discípulos como comida y bebida “la
noche en que iba a ser entregado”. El Paráclito, en efecto, impulsándonos
suavemente a vivir como Cristo –propiamente en Cristo–, nos ha enseñado y nos
invita a organizar nuestra existencia en torno a la Santa Misa. Así se vive la
vida de Cristo y llega a ser una realidad la ofrenda de nosotros a Dios Padre
en favor de los hombres.
María,
al pie de la Cruz, sigue encarnando el hágase en mí
según tu palabra, que pronunció al saberse destina para Madre de Jesús. El Espíritu Santo vendrá sobre ti, le había
anunciado Gabriel, y toda su existencia terrena fue un empeño por vivir según
el deseo divino. ¡Ojalá que nosotros, dóciles al Paráclito, queramos imitarla!
(In: OELDOMINGO)
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