Queridos
hermanos y hermanas,
Queridas
familias:
Gracias
a quienes han dado testimonio. Gracias a quienes nos alegraron con el arte, con
la belleza, que es el camino para llegar a Dios. La belleza nos lleva a Dios. Y
un testimonio verdadero nos lleva a Dios porque Dios también es la verdad. Es
la belleza y es la verdad. Y un testimonio dado para servir es bueno, nos hace
buenos, porque Dios es bondad. Nos lleva a Dios. Todo lo bueno, todo lo
verdadero y todo lo bello nos lleva Dios. Porque Dios es bueno, Dios es bello,
Dios es verdad.
Gracias
a todos. A los que nos dieron un mensaje aquí y a la presencia de ustedes, que
también es un testimonio. Un verdadero testimonio de que vale la pena la vida
en familia. De que una sociedad crece fuerte, crece buena, crece hermosa y
crece verdadera si se edifica sobre la base de la familia.
Una
vez, un chico me preguntó – ustedes saben que los chicos preguntan cosas
difíciles –: «Padre, ¿qué hacía Dios antes de crear el mundo?». Les aseguro que
me costó contestar. Y le dije lo que les digo ahora a ustedes: Antes de crear
el mundo, Dios amaba porque Dios es amor, pero era tal el amor que tenía en sí
mismo, ese amor entre el Padre y el Hijo, en el Espíritu Santo, era tan grande,
tan desbordante… – esto no sé si es muy teológico, pero lo van a entender –,
era tan grande que no podía ser egoísta. Tenía que salir de sí mismo para tener
a quien amar fuera de sí. Y ahí, Dios creó el mundo. Ahí, Dios hizo esta
maravilla en la que vivimos. Y que, como estamos un poquito mareados, la
estamos destruyendo. Pero lo más lindo que hizo Dios – dice la Biblia – fue la
familia. Creó al hombre y a la mujer; y les entregó todo; les entregó el mundo:
«Crezcan, multiplíquense, cultiven la tierra, háganla producir, háganla
crecer». Todo el amor que hizo en esa Creación maravillosa se lo entregó a una
familia.
Volvemos
atrás un poquito. Todo el amor que Dios tiene en sí, toda la belleza que Dios
tiene en sí, toda la verdad que Dios tiene en sí, la entrega a la familia. Y
una familia es verdaderamente familia cuando es capaz de abrir los brazos y
recibir todo ese amor. Por supuesto, que el paraíso terrenal no está más acá,
que la vida tiene sus problemas, que los hombres, por la astucia del demonio,
aprendieron a dividirse. Y todo ese amor que Dios nos dio, casi se pierde. Y al
poquito tiempo, el primer crimen, el primer fratricidio. Un hermano mata a otro
hermano: la guerra. El amor, la belleza y la verdad de Dios, y la destrucción
de la guerra. Y entre esas dos posiciones caminamos nosotros hoy. Nos toca a
nosotros elegir, nos toca a nosotros decidir el camino para andar.
Pero
volvamos para atrás. Cuando el hombre y su esposa se equivocaron y se alejaron
de Dios, Dios no los dejó solos. Tanto el amor…, tanto el amor, que empezó a
caminar con la humanidad, empezó a caminar con su pueblo, hasta que llegó el
momento maduro y le dio la muestra de amor más grande: su Hijo. ¿Y a Su Hijo
dónde lo mandó? ¿A un palacio, a una ciudad, a hacer una empresa? Lo mandó a
una familia. Dios entró al mundo en una familia. Y pudo hacerlo porque esa
familia era una familia que tenía el corazón abierto al amor, que tenía las
puertas abiertas. Pensemos en María, jovencita. No lo podía creer: «¿Cómo puede
suceder esto?». Y cuando le explicaron, obedeció. Pensemos en José, lleno de
ilusiones de formar un hogar, y se encuentra con esta sorpresa que no entiende.
Acepta, obedece. Y en la obediencia de amor de esta mujer, María, y de este
hombre, José, se da una familia en la que viene Dios. Dios siempre golpea las
puertas de los corazones. Le gusta hacerlo. Le sale de adentro. ¿Pero saben qué
es lo que más le gusta? Golpear las puertas de las familias. Y encontrar las
familias unidas, encontrar las familias que se quieren, encontrar las familias
que hacen crecer a sus hijos y los educan, y que los llevan adelante, y que crean
una sociedad de bondad, de verdad y de belleza.
Estamos
en la fiesta de las familias. La familia tiene carta de ciudadanía divina.
¿Está claro? La carta de ciudadanía que tiene la familia se la dio Dios, para
que en su seno creciera cada vez más la verdad, el amor y la belleza. Claro,
algunos de ustedes me pueden decir: «Padre, usted habla así porque es soltero».
En la familia hay dificultades. En las familias discutimos. En las familias a
veces vuelan los platos. En las familias los hijos traen dolores de cabeza. No
voy a hablar de las suegras. Pero en las familias siempre, siempre, hay cruz;
siempre. Porque el amor de Dios, el Hijo de Dios, nos abrió también ese camino.
Pero en las familias también, después de la cruz, hay resurrección, porque el
Hijo de Dios nos abrió ese camino. Por eso la familia es –perdónenme la
palabra– una fábrica de esperanza, de esperanza de vida y resurrección, pues
Dios fue el que abrió ese camino. Y los hijos. Los hijos dan trabajo. Nosotros
como hijos dimos trabajo. A veces, en casa veo algunos de mis colaboradores que
vienen a trabajar con ojeras. Tienen un bebé de un mes, dos meses. Y les
pregunto: «¿No dormiste?». Y él: «No, lloró toda la noche». En la familia hay
dificultades, pero esas dificultades se superan con amor. El odio no supera
ninguna dificultad. La división de los corazones no supera ninguna dificultad.
Solamente el amor es capaz de superar la dificultad. El amor es fiesta, el amor
es gozo, el amor es seguir adelante.
Y
no quiero seguir hablando porque se hace demasiado largo, pero quisiera marcar
dos puntitos de la familia en los que quisiera que se tuviera un especial
cuidado. No sólo quisiera, tenemos que tener un especial cuidado. Los niños y
los abuelos. Los niños y los jóvenes son el futuro, son la fuerza, los que
llevan adelante. Son aquellos en los que ponemos esperanza. Los abuelos son la
memoria de la familia. Son los que nos dieron la fe, nos transmitieron la fe.
Cuidar a los abuelos y cuidar a los niños es la muestra de amor –no sé si más
grande, pero yo diría– más promisoria de la familia, porque promete el futuro.
Un pueblo que no saber cuidar a los niños y un pueblo que no sabe cuidar a los
abuelos, es un pueblo sin futuro, porque no tiene la fuerza y no tiene la
memoria que lo lleve adelante. Y bueno, La familia es bella, pero cuesta, trae
problemas. En la familia a veces hay enemistades. El marido se pelea con la
mujer, o se miran mal, o los hijos con el padre. Les sugiero un consejo: Nunca
terminen el día sin hacer la paz en la familia. En una familia no se puede
terminar el día en guerra. Que Dios los bendiga. Que Dios les dé fuerzas. Que
Dios los anime a seguir adelante. Cuidemos la familia. Defendamos la familia
porque ahí se juega nuestro futuro. Gracias. Que Dios los bendiga y recen por
mí, por favor.
(romereports.com)
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