El pasaje de san
Lucas que nos ofrece la Iglesia en su Liturgia en el día de su fiesta, es de
gran utilidad para nuestra meditación; pues los cristianos deseamos
ardientemente extender, más y más en el mundo, el mensaje y la vida que el Hijo
Dios vino a entregarnos como inapreciable tesoro para toda la humanidad.
Reparamos
primeramente en el interés de Jesús por nosotros: en ese cuidado por
facilitarnos las cosas, preparando una buena acogida al Evangelio de la
salvación de los hombres. Para ello envía por delante a un grupo numeroso de
discípulos, para que su posterior presencia y sus palabras fueran más eficaces:
si la gente había tenido con antelación alguna noticia de Él, comprenderían
mejor el sentido de sus palabras y de sus obras. No había tiempo que perder –la mies es mucha, pero los obreros pocos–;
convenía, pues, organizar el trabajo apostólico del modo más eficaz.
En
todo caso, advierte a aquellos primeros discípulos –colaboradores suyos en la
propagación de la Gran Noticia de la Salvación prevista por el Creador para
todos los hombres–, que la suplica a Dios, rogándole más trabajadores para la
Empresa evangelizadora, debe ser lo primero. Se trata, en efecto, de una tarea
que excede con mucho las capacidades de quienes a ella se dedican
materialmente. Nunca será suficiente la sola gestión apostólica: hablar,
moverse, insistir, convencer a unos y otros por un cierto talento para ser
persuasivos... Ya lo advertía el Espíritu Santo por un salmo: Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los
constructores. Cuanto queremos que sea relevante para la Vida Eterna,
debemos llevarlo a cabo con la fuerza que Dios nos da: con su Gracia. Y no
quiere negar nuestro Padre Dios esa ayuda a sus hijos que con sencillez y
confiados le suplican.
Para
que no tuvieran duda alguna de la necesidad imprescindible de esa Fuerza del
Cielo, insiste Jesucristo en su advertencia haciéndoles ver que no lo tendrán
fácil. La imagen es muy gráfica: serán ellos como ovejas
entre lobos. Encontrarán de ordinario
oposición a sus palabras. Recordemos que no pocas veces fueron perseguidos
hasta la muerte, cuantos practicaban y difundían el Evangelio. Sin embargo, con
igual rotundidad les garantiza el éxito en su misión. Y regresan, en efecto,
triunfantes y gozosos habiendo experimentado la verdad de las palabras de
Cristo. Experiencia, por otra parte, no ausente de sacrificios; pues no
debieron poner su confianza en los instrumentos humanos, que tan razonablemente
y con tanto esmero se preparan y aseguran como algo imprescindible para las
empresas humanas. No llevéis bolsa, ni alforja, ni
sandalias, les dice: ni siquiera lo que puede parecer más elemental será
necesario. Lo único verdaderamente necesario e imprescindible es el auxilio
divino.
Aprovechemos
este día para preguntarnos, en el silencio de nuestra meditación ante nuestro
Padre Dios, si nos sentimos también, en medio de nuestro mundo y de nuestros
quehaceres de cada día, enviados como aquellos setenta
y dos a preparar como mejor sepamos las almas de amigos y conocidos, que
deben dar una respuesta más afirmativa y generosa a los requerimientos del
Cielo. ¡Cuántos cambiarían si fuéramos más apostólicos...! Bastantes perderían
parte –al menos– de su cómoda tranquilidad y sentirían la urgencia de
complicarse la vida, de renunciar a esa paz pasiva, al descubrir la apasionante
belleza de extender el Reino de Dios en el mundo. Pronto iban a comprobar –tal
vez con sorpresa–, que nada de aquello tan apetecible, o que en otro tiempo
parecía vital, es en realidad necesario. Pues más bien se cae en la cuenta de
que lo único verdaderamente necesario es cumplir la voluntad de Dios, amarle
sobre todas las cosas, y así aseguramos la felicidad en esta vida y la
Bienaventuranza Eterna.
Nuestra
Madre de el Cielo es también Reina de los Apóstoles. ¡Dejémonos gobernar por
nuestra Reina y Madre! Con suavidad y
fortaleza sabe conducirnos al cumplimiento de los deseos del Señor en el trato
con nuestros iguales. Podremos así entender –con su ayuda– que, en todo
apostolado, lo primero es la oración, y que todo lo demás debe ser consecuencia
de ella.
(ElDomingo)
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