Que la Resurrección se transparente
en nuestros corazones y en nuestra vida, dijo el Papa Francisco
el Lunes del
Ángel de la Octava de Pascua
Tue, 22 Apr 2014 08:02:00
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! ¡Felices Pascuas! “Cristòs
anèsti! – Alethòs anèsti!”, “¡Cristo ha resucitado! – ¡Verdaderamente ha
resucitado!” ¡Está entre nosotros aquí!, en la plaza. En esta semana podemos
seguir intercambiándonos la felicitación pascual, como si fuera un único día.
Es el gran día que hizo el Señor.
El sentimiento dominante que transluce
de los relatos evangélicos de la Resurrección es la alegría llena de estupor;
pero un estupor grande, pero la alegría que viene desde adentro; y en la
Liturgia nosotros revivimos el estado de ánimo de los discípulos por la noticia
que las mujeres habían dado: ¡Jesús ha resucitado! Nosotros lo hemos visto.
Dejemos que esta experiencia, impresa en
el Evangelio, se imprima también en nuestros corazones y se vea en nuestra vida.
Dejemos que el estupor gozoso del Domingo de Pascua se irradie en los
pensamientos, en las miradas, en las actitudes, en los gestos y en las
palabras… ojalá seamos así luminosos. ¡Pero esto no es un maquillaje! Viene
desde dentro, de un corazón inmerso en la fuente de esta alegría, como el de
María Magdalena, que lloró por la pérdida de su Señor y no creía a sus ojos
viéndolo resucitado.
Quien hace esta experiencia se convierte
en testigo de la Resurrección, porque en cierto sentido ha resucitado él mismo,
ha resucitado ella misma. Entonces es capaz de llevar un “rayo” de la luz del
Resucitado en las diversas situaciones: en las felices, haciéndolas más bellas
y preservándolas del egoísmo; y en las dolorosas, llevando serenidad y
esperanza.
En esta semana, nos hará bien tomar el
libro del Evangelio y leer aquellos capítulos que hablan de la resurrección de
Jesús; nos hará tanto bien tomar el libro y buscar los capítulos y leer
aquello.
También nos hará bien, esta semana,
pensar en la alegría de María, la Madre de Jesús. Así como su dolor fue tan
íntimo, tanto que le traspasó su alma, del mismo modo su alegría fue íntima y
profunda, y de ella los discípulos podían tomar. Habiendo pasado, a través de
la experiencia de la muerte y de la resurrección de su Hijo, viste, en la fe,
como la expresión suprema del amor de Dios, y el corazón de María se ha
convertido en una fuente de paz, de consuelo, de esperanza y de misericordia.
Todas las prerrogativas de nuestra Madre
derivan de aquí, de su participación en la Pascua de Jesús. Desde la mañana del
viernes hasta la mañana del domingo, Ella no perdió la esperanza: la hemos
contemplado como Madre de los dolores, pero, al mismo tiempo, como Madre llena
de esperanza. Ella, la Madre de todos los discípulos, la Madre de la Iglesia y
Madre de esperanza.
A Ella, testigo silencioso de la muerte
y de la resurrección de Jesús, le pedimos que nos introduzca en la alegría
pascual. Lo haremos con el rezo del Regina Coeli, que en el tiempo
pascual sustituye la oración del Ángelus.
(camineo.info)
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