Práctica evangélica y de los primeros cristianos
recomendada especialmente para la Cuaresma.
"Somos débiles y pecadores, por lo que más fácil
terminar una situación con un insulto, con una calumnia, con una difamación que
arreglarla con algo bueno" (Papa Francisco)
La corrección fraterna es una advertencia que el cristiano dirige a
su prójimo para ayudarle en el camino de la santidad. Es un instrumento de
progreso espiritual que contribuye al conocimiento de los defectos
personales –con frecuencia inadvertidos por las propias limitaciones o
enmascarados por el amor propio-; y en muchas ocasiones, es también condición
previa para enfrentarse a esos defectos con la ayuda de Dios y mejorar, por
tanto, en la vida cristiana.
UNA TRADICIÓN DE RAIGAMBRE EVANGÉLICA
La corrección fraterna posee una profunda
entraña evangélica. Jesús exhorta a practicarla en el contexto de un
discurso sobre el servicio a los más pequeños y el perdón sin límites: “Si
tu hermano peca contra ti, ve y corrígele a solas tú con él. Si te escucha,
habrás ganado a tu hermano”1.
Él mismo corrige a sus discípulos en diversas ocasiones según nos muestran los
evangelios: les amonesta ante el brote de envidia que manifiestan al ver a uno
que expulsaba demonios en nombre de Jesús2; reprende a Pedro con firmeza
porque su modo de pensar no es el de Dios sino el de los hombres3; encauza la
ambición desordenada de Santiago y Juan, enmendando con cariño su equivocada
comprensión sobre el reino que anuncia, al tiempo que reconoce las valientes
disposiciones de los hermanos para “beber su cáliz”4.
A partir de la enseñanza y del ejemplo
de Jesús, la corrección fraterna ha pasado a ser como una tradición de la
familia cristiana vivida desde el inicio de la Iglesia, una obligación de
amor y de justicia al mismo tiempo. Entre los consejos de San Pablo a
los cristianos de Corinto está el de “exhortarse mutuamente” (exhortamini
invicem)5.
Numerosos pasajes del Nuevo
Testamento testimonian el desvelo de los pastores de la Iglesia al corregir
los abusos que se estaban infiltrando en alguna de las primeras comunidades
cristianas6.
San Ambrosio,
testigo de la práctica de la corrección fraterna, escribe en el siglo IV: “Si
descubres algún defecto en el amigo, corrígele en secreto [...] Las
correcciones, en efecto, hacen bien y son de más provecho que una amistad muda.
Si el amigo se siente ofendido, corrígelo igualmente; insiste sin temor, aunque
el sabor amargo de la corrección le disguste. Está escrito en el libro
de los Proverbios las heridas de un amigo son más tolerables que los besos de
los aduladores (Pr 27, 6)”7. Y también San Agustín
advierte sobre la grave falta que supondría omitir esa ayuda al prójimo: “Peor
eres tú callando que él faltando”8.
UNA NECESIDAD DEL CRISTIANO
El fundamento natural de la corrección
fraterna es la necesidad que tiene toda persona de ser ayudada por los demás
para alcanzar su fin, pues nadie se ve bien a sí mismo ni reconoce
fácilmente sus faltas. De ahí que esta práctica haya sido recomendada
también por los autores clásicos como medio para ayudar a los amigos.
Corregir al otro es expresión de amistad
y de franqueza, y rasgo que distingue al adulador del amigo verdadero
(9). A su vez, dejarse corregir es señal de madurez y condición de progreso
espiritual: “el hombre bueno se alegra de ser corregido; el malvado
soporta con impaciencia al consejero” (Admoneri bonus gaudet; pessimus
quisque rectorem asperrime patitur)(10).
El cristiano precisa del favor que sus
hermanos en la fe le hacen con la corrección fraterna. Junto a otras
ayudas imprescindibles –la oración, la mortificación, el buen ejemplo–, esa
práctica –ya presente en la Sabiduría del pueblo hebreo– constituye un medio
fundamental para alcanzar la santidad, contribuyendo así a la extensión del
Reino de Dios en el mundo: “Va por senda de vida el que acepta la corrección;
el que no la admite, va por falso camino” (11).
CORREGIR POR AMOR
La corrección fraterna cristiana nace
de la caridad, virtud teologal por la que amamos a Dios sobre todas las
cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor a Dios. Al ser la
caridad el “vínculo de la perfección”12 y la forma de todas las virtudes, el
ejercicio de la corrección fraterna es fuente de santidad personal en quien
la hace y en quien la recibe. Al primero le ofrece la oportunidad de vivir
el mandamiento del Señor: “Este es el mandamiento mío: que os améis unos a
otros como yo os he amado”13; al segundo le proporciona las luces
necesarias para renovar el seguimiento de Cristo en aquel aspecto concreto
en que ha sido corregido.
“La práctica de la corrección fraterna
–que tiene entraña evangélica– es una prueba de sobrenatural cariño y de
confianza. Agradécela cuando la recibas, y no dejes de practicarla con quienes
convives”14. La corrección fraterna no brota de la irritación ante una
ofensa
recibida, ni de la soberbia o de la
vanidad heridas ante las faltas ajenas. Sólo el amor puede ser el genuino
motivo de la corrección al prójimo. Como enseña San Agustín,
“debemos, pues, corregir por amor; no con deseos de hacer daño, sino con la cariñosa
intención de lograr su enmienda. Si así lo hacemos, cumpliremos muy bien el
precepto: «si tu hermano pecare contra ti, repréndelo estando a solas con él». ¿Por
qué lo corriges? ¿Porque te ha molestado ser ofendido por él? No lo quiera
Dios. Si lo haces por amor propio, nada haces. Si es el amor lo que te
mueve, obras excelentemente” (15).
[...]
Juan Alonso
(primeroscristianos.com)
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