La conmemoración de Santo Tomás de Aquino, presbítero y
doctor de la Iglesia, puede ser una buena ocasión para meditar en
nuestra responsabilidad ante la Palabra de Dios. Presbítero y
doctor, hemos recalcado. Responsable, por tanto, como presbítero,
como sacerdote, de la propagación del Evangelio. De un Evangelio
esmeradamente asimilado, como doctor. Y cada uno somos sacerdotes,
al menos con ese sacerdocio común del que habla San Pedro en su
primera carta: Pero vosotros sois linaje escogido, sacerdocio
real, nación santa, pueblo adquirido en propiedad, para que
pregonéis las maravillas de Aquel que os llamó de las tinieblas
a su admirable luz.
¿Cómo soy yo
responsable? Porque cada uno hemos escuchado, con claridad y
dirigidas a nosotros, esas mismas palabras de san Pedro. Pregonar
las maravillas de Dios , que nos ha llamado de las tinieblas a su
luz admirable . Porque lo determinante es la maravilla de Dios. Y
luego, como consecuencia, está la vocación: que Dios mismo nos
ha escogido. Por esto, sin duda, lo primero para nosotros es la
gratitud. Y responsabilidad, decíamos. Sí, pero no debe ser una
responsabilidad asustada, como la de quien se apresta para el
esfuerzo, no vaya a padecer las consecuencias de una actitud
pasiva y cómoda, poco generosa habiendo recibido el Evangelio
como misión.
¿Estoy fascinado
ante esa luz maravillosa y admirable? ¿Dedico tiempo a la
contemplación de esa maravilla que es Dios, Dios conmigo? Pues no
parece fácil sentirnos fascinados sin contemplar, sin oración,
sin presencia de Dios. Y todo lo demás viene de la mano de esa
contemplación maravillosa. Ya no hay pasividad ni comodidad. No
es posible ya permanecer indiferentes. Y no es necesario hacer
especiales de propósitos. Quizá sí habrá que concretar.
Puntualizar el modo de pregonar esas maravillas de Dios que nos
han fascinado en nuestras circunstancias particulares. Habrá que
prepararse muy bien, con el estudio, intentando que nuestro
discurso sea rico, profundo, atractivo, por su verdad fascinante.
En el fondo y en último extremo, ha de ser animante, que arrastre
hacia Dios. Para esto nos ha llamado el Señor. ...
De algún modo lo
nuestro siempre es el trabajo del sembrador, por supuesto que
también nos sentimos semilla lanzada y responsable del ambiente y
de las circunstancias en que vive: camino, pedregal, espinas o
tierra buena. Pero una vez que hemos comenzado a desarrollarnos en
tierra buena, estamos también en condiciones de sembrar. Sembrar.
—Salió el sembrador... Siembra a voleo, alma de apóstol. —El
viento de la gracia arrastrará tu semilla si el surco donde cayó
no es digno... Siembra, y está cierto de que la simiente
arraigará y dará su fruto. Y es que
absolutamente nada se pierde en nuestro apostolado: una carta; una
oración; una conversación, no importa sobre qué tema si estamos
en presencia de Dios; una sonrisa; un saludo animante, sincero, no
de pura fórmula; todo puede ser y deber ser ocasión de
apostolado; todo ha de ser llevado a cabo con esa intención: para
ganar almas de hijos de Dios para el Cielo. Siempre estamos
arrojando, como semilla, de la Palabra de Dios. ...
(Eldomingo)
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sábado, 28 de janeiro de 2012
Responsables del Evangelio
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