Rompiendo
moldes una vez más –como hace cada día-, el Papa Francisco celebró este
domingo la misa de diez en la pequeña iglesia de Santa Ana, la parroquia del
Vaticano, donde pronuncio una homilía de párroco, centrada en la
misericordia de Dios, sin la mínima alusión a su tarea de sucesor de Pedro.
Llegó caminando por la calle adoquinada y, desde el primer minuto, dejó claro que lo importante era la misa, no su persona o su presencia. Se nota que valora el silencio, dejando una larga pausa para el arrepentimiento personal antes de entonar el “Yo pecador”.
Su homilía fue breve, clarísima y dirigida al corazón. El Evangelio del día relataba el caso de la mujer adúltera que querían lapidar y por la que Jesús intercedió, salvándole a la vida y quedándose al final a solas con ella en medio de una plaza desierta.
El Santo Padre invitó a reconocer personalmente el pecado del odio pues “a veces nos gusta dar bastonazos a los demás, condenar a los demás”. En llamativo contraste, dijo el Papa, “el mensaje de Jesús es la misericordia”, ya que él mismo anunció que “No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores”. Era una buena noticia, un verdadero “Evangelio”.
Una homilía clara y esperanzadora
El Papa recordó también las críticas a Jesús, después de la vocación de Mateo, por haberse sentado a la mesa con recaudadores de impuestos y pecadores. En ese contexto invitó a cada uno a reconocerse pecador y a estar seguro del perdón.
“Pero es que yo he hecho cosas muy graves”, se adelantó a decir Francisco como posible objeción de algunos, e inmediatamente les dio la respuesta: “¡Bien! Vete a Jesús. Él te perdona, te besa y te abraza. Y te dirá también, como a la mujer adúltera: tampoco yo te condeno; vete y no peques más”.
Era una homilía clara y esperanzadora. Incluso para quien no es capaz de mantener los propósitos pues, como dijo, “si al cabo de un mes estás igual que antes, pide perdón de nuevo. Si nosotros nos cansamos de pedir perdón, Él no se cansa de perdonar”.
En el momento del abrazo de la paz, el Papa se tambaleó un poco en la tarima, afortunadamente sin consecuencias. Dio la paz a todos los sacerdotes que concelebraban con él. Y cuando el maestro de ceremonias, Guido Marini, se acercó para darle una indicación, el Santo Padre le sorprendió con un abrazo de la paz.
Una misa normal, de domingo
Tres niños y un adulto leyeron las oraciones de los fieles. Era una misa normal de domingo. Una misa para fieles sencillos, celebrada por una persona de aspecto sencillo con corazón sacerdotal.
Terminada la misa, el Papa presento a los fieles a un sacerdote, Gonzalo, que trabaja en Uruguay con chiquillos abandonados, ayudándoles en los estudios y la formación profesional. Era un sacerdote joven, de pelo rubio, ligeramente largo. Vestía pantalones y jersey gris. El Papa lo abrazó y lo besó. Y terminó pidiendo a todos: ¡Rezad por él”.
A la salida, el Papa Francisco se quedó en la puerta de la Iglesia para saludar a todos los fieles. Estaban emocionados. Lloraban. ¡Francisco trataba a todos, niños y mayores como personas importantes! Algunas mujeres le besaban. Otras simplemente le cogían las manos mientras lloraban a lágrima viva.
Estuvo en la puerta de la iglesia hasta que termino de salir el último de los fieles. A los niños les acariciaba y les pedía “!Reza por mí!” E insistía “¡pero en serio, eh!”.
Era una escena de sabor evangélico. Era un mensaje al mundo entero. Quien celebre misa un domingo debe tener corazón. Amar a Jesús y amar a los fieles.
Llegó caminando por la calle adoquinada y, desde el primer minuto, dejó claro que lo importante era la misa, no su persona o su presencia. Se nota que valora el silencio, dejando una larga pausa para el arrepentimiento personal antes de entonar el “Yo pecador”.
Su homilía fue breve, clarísima y dirigida al corazón. El Evangelio del día relataba el caso de la mujer adúltera que querían lapidar y por la que Jesús intercedió, salvándole a la vida y quedándose al final a solas con ella en medio de una plaza desierta.
El Santo Padre invitó a reconocer personalmente el pecado del odio pues “a veces nos gusta dar bastonazos a los demás, condenar a los demás”. En llamativo contraste, dijo el Papa, “el mensaje de Jesús es la misericordia”, ya que él mismo anunció que “No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores”. Era una buena noticia, un verdadero “Evangelio”.
Una homilía clara y esperanzadora
El Papa recordó también las críticas a Jesús, después de la vocación de Mateo, por haberse sentado a la mesa con recaudadores de impuestos y pecadores. En ese contexto invitó a cada uno a reconocerse pecador y a estar seguro del perdón.
“Pero es que yo he hecho cosas muy graves”, se adelantó a decir Francisco como posible objeción de algunos, e inmediatamente les dio la respuesta: “¡Bien! Vete a Jesús. Él te perdona, te besa y te abraza. Y te dirá también, como a la mujer adúltera: tampoco yo te condeno; vete y no peques más”.
Era una homilía clara y esperanzadora. Incluso para quien no es capaz de mantener los propósitos pues, como dijo, “si al cabo de un mes estás igual que antes, pide perdón de nuevo. Si nosotros nos cansamos de pedir perdón, Él no se cansa de perdonar”.
En el momento del abrazo de la paz, el Papa se tambaleó un poco en la tarima, afortunadamente sin consecuencias. Dio la paz a todos los sacerdotes que concelebraban con él. Y cuando el maestro de ceremonias, Guido Marini, se acercó para darle una indicación, el Santo Padre le sorprendió con un abrazo de la paz.
Una misa normal, de domingo
Tres niños y un adulto leyeron las oraciones de los fieles. Era una misa normal de domingo. Una misa para fieles sencillos, celebrada por una persona de aspecto sencillo con corazón sacerdotal.
Terminada la misa, el Papa presento a los fieles a un sacerdote, Gonzalo, que trabaja en Uruguay con chiquillos abandonados, ayudándoles en los estudios y la formación profesional. Era un sacerdote joven, de pelo rubio, ligeramente largo. Vestía pantalones y jersey gris. El Papa lo abrazó y lo besó. Y terminó pidiendo a todos: ¡Rezad por él”.
A la salida, el Papa Francisco se quedó en la puerta de la Iglesia para saludar a todos los fieles. Estaban emocionados. Lloraban. ¡Francisco trataba a todos, niños y mayores como personas importantes! Algunas mujeres le besaban. Otras simplemente le cogían las manos mientras lloraban a lágrima viva.
Estuvo en la puerta de la iglesia hasta que termino de salir el último de los fieles. A los niños les acariciaba y les pedía “!Reza por mí!” E insistía “¡pero en serio, eh!”.
Era una escena de sabor evangélico. Era un mensaje al mundo entero. Quien celebre misa un domingo debe tener corazón. Amar a Jesús y amar a los fieles.
JUAN
VICENTE BOO / CORRESPONSAL EN EL VATICANO ABC
Sun, 17 Mar 2013 13:45:00
(camineo.info)
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