Plaza de San Pedro
Domingo 9 de febrero de 2014
Hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el Evangelio de este domingo, que está
inmediatamente después de las Bienaventuranzas, Jesús dice a sus discípulos:
«Vosotros sois la sal de la tierra... Vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5,
13.14). Esto nos maravilla un poco si pensamos en quienes tenía Jesús delante
cuando decía estas palabras. ¿Quiénes eran esos discípulos? Eran pescadores,
gente sencilla... Pero Jesús les mira con los ojos de Dios, y su afirmación se
comprende precisamente como consecuencia de las Bienaventuranzas. Él quiere
decir: si sois pobres de espíritu, si sois mansos, si sois puros de corazón, si
sois misericordiosos... seréis la sal de la tierra y la luz del mundo.
Para comprender mejor estas imágenes, tengamos
presente que la Ley judía prescribía poner un poco de sal sobre cada ofrenda
presentada a Dios, como signo de alianza. La luz, para Israel, era el símbolo
de la revelación mesiánica que triunfa sobre las tinieblas del paganismo. Los
cristianos, nuevo Israel, reciben, por lo tanto, una misión con respecto a
todos los hombres: con la fe y la caridad pueden orientar, consagrar, hacer
fecunda a la humanidad. Todos nosotros, los bautizados, somos discípulos
misioneros y estamos llamados a ser en el mundo un Evangelio viviente: con una
vida santa daremos «sabor» a los distintos ambientes y los defenderemos de la corrupción,
como lo hace la sal; y llevaremos la luz de Cristo con el testimonio de una
caridad genuina. Pero si nosotros, los cristianos, perdemos el sabor y apagamos
nuestra presencia de sal y de luz, perdemos la eficacia. ¡Qué hermosa misión la
de dar luz al mundo! Es una misión que tenemos nosotros. ¡Es hermosa! Es
también muy bello conservar la luz que recibimos de Jesús, custodiarla,
conservarla. El cristiano debería ser una persona luminosa, que lleva luz, que
siempre da luz. Una luz que no es suya, sino que es el regalo de Dios, es el
regalo de Jesús. Y nosotros llevamos esta luz. Si el cristiano apaga esta luz,
su vida no tiene sentido: es un cristiano sólo de nombre, que no lleva la luz,
una vida sin sentido. Pero yo os quisiera preguntar ahora: ¿cómo queréis vivir?
¿Como una lámpara encendida o como una lámpara apagada? ¿Encendida o apagada?
¿Cómo queréis vivir? [la gente responde: ¡Encendida!] ¡Lámpara encendida! Es
precisamente Dios quien nos da esta luz y nosotros la damos a los demás.
¡Lámpara encendida! Ésta es la vocación cristiana.
Después del Ángelus
Pasado mañana, 11 de
febrero, celebraremos la memoria de la Bienaventurada Virgen de Lourdes, y
viviremos la Jornada mundial del enfermo. Es la ocasión propicia para poner en
el centro de la comunidad a las personas enfermas. Rezar por ellas y con ellas,
estar cerca de ellas. El Mensaje para esta Jornada se inspira en una expresión
de san Juan: Fe y caridad: «También nosotros debemos dar la vida por los
hermanos» (1 Jn 3, 16). En especial, podemos imitar la actitud de Jesús hacia
los enfermos, enfermos de todo tipo: el Señor se preocupa por todos, comparte
su sufrimiento y abre el corazón a la esperanza.
Pienso también en todos
los agentes sanitarios: ¡qué valioso trabajo realizan! Muchas gracias por
vuestro trabajo precioso. Ellos encuentran cada día en los enfermos no sólo los
cuerpos marcados por la fragilidad, sino personas, a quienes ofrecen atención y
respuestas adecuadas. La dignidad de la persona no se reduce jamás a sus
facultades o capacidades, y no disminuye cuando la persona misma es débil,
inválida y necesita ayuda. Pienso también en las familias, donde es normal
preocuparse por cuidar a quien está enfermo; pero a veces las situaciones
pueden ser más pesadas... Muchos me escriben, y hoy quiero asegurar una oración
por todas estas familias, y les digo: no tengáis miedo a la fragilidad. No
tengáis miedo a la fragilidad. Ayudaos unos a otros con amor, y sentiréis la
presencia consoladora de Dios.
La actitud generosa y
cristina hacia los enfermos es sal de la tierra y luz del mundo. Que la Virgen
María nos ayude a practicarlo, y obtenga paz y consuelo para todos los que
sufren.
En estos días tienen lugar
en Sochi, Rusia, los Juegos olímpicos de invierno. Quisiera hacer llegar mi
saludo a los organizadores y a todos los atletas, con el deseo de que sea una
auténtica fiesta del deporte y de la amistad.
Saludo a todos los
peregrinos presentes hoy, a las familias, a los grupos parroquiales y a las
asociaciones. En especial saludo a los profesores y estudiantes procedentes de
Inglaterra; al grupo de teólogas cristianas de diversos países europeos,
presentes en Roma para un congreso de estudio; a los fieles de las parroquias
Santa María Inmaculada y San Vicente de Paúl de Roma, a los venidos de
Cavallina y Montecarelli nel Mugello, de Lavello y de Affi, la Comunidad
Sollievo, y a la escuela de San Luca-Bovalino, de Calabria.
Rezo por quienes están
sufriendo daños e incomodidades por causa de calamidades naturales, en diversos
países —también aquí en Roma—: estoy cerca de ellos. La naturaleza nos desafía
a ser solidarios y atentos para custodiar la creación, también para prevenir,
en lo que sea posible, las consecuencias más graves.
Y antes de despedirme,
viene a mi memoria la pregunta que hice: ¿lámpara encendida o lámpara apagada?
¿Qué queréis? ¿Encendida o apagada? El cristiano lleva la luz. Es una lámpara
encendida. ¡Siempre adelante con la luz de Jesús!
Deseo a todos un feliz domingo y buen almuerzo.
¡Hasta la vista!
(vatican.va)
Sem comentários:
Enviar um comentário