Somos
criaturas de Dios, nos recuerda el Señor en este pasaje de San Mateo que hoy
no ofrece la Iglesia. Dios, infinitamente sabio y poderoso, nos ha
configurado según su voluntad, no solamente en lo más externo, visible y
material de nuestro cuerpo. Nos ha configurado, ante todo, según su voluntad,
en cuanto a la conducta que hemos de seguir libremente para alcanzar la
plenitud que nos corresponde como personas. Son esos mandamientos y esos
preceptos: esa ley, que es absolutamente decisiva para nosotros porque es
divina, y, por consiguiente, el que quebrante uno
solo de estos mandamientos, incluso de los más pequeños, y enseñe a los
hombres a hacer lo mismo, será el más pequeño en el Reino de los Cielos. Por
el contrario, el que los cumpla y enseñe, ése será grande en el Reino de los
Cielos.
Nosotros somos piedras, sillares, que se mueven, que
sienten, que tienen una libérrima voluntad.
Dios
mismo es el cantero que nos quita las esquinas, arreglándonos,
modificándonos, según El desea, a golpe de martillo y de cincel.
No
queramos apartarnos, no queramos esquivar su Voluntad, porque, de cualquier
modo, no podremos evitar los golpes. —Sufriremos más e inútilmente, y, en
lugar de la piedra pulida y dispuesta para edificar, seremos un montón
informe de grava que pisarán las gentes con desprecio.
Por
eso:
De que tú y yo nos portemos como Dios quiere —no lo
olvides— dependen muchas cosas grandes.
Puesto
que la voluntad de Dios no puede sino ser triunfadora: en eficacia y en gozo
de quien la vive. Aunque personalmente no llevemos la iniciativa, o, mejor
sería decir, hemos decidido querer lo que quiere Dios.
Esta es la llave para abrir la puerta y entrar en
el Reino de los Cielos: "qui facit voluntatem Patris mei qui in
coelis est, ipse intrabit in regnum coelorum" —el que hace la
voluntad de mi Padre..., ¡ése entrará!
Como
siempre, si amamos mucho a Dios, querremos ser como el quiere. Seremos
felices sabiendo que nos estamos identificando con la voluntad divina. Por el
contrario, estaremos tristes cuando la voluntad de Dios no se ha configurado
en nosotros, aunque hayamos hecho libremente nuestra voluntad. De hecho,
quien quiere ser buen cristiano, tiene en todo momento frente a sí la
voluntad de Dios, y la va comparando con sus proyectos y con sus obras
realizadas.
¿Resignación?... ¿Conformidad?... ¡Querer la
Voluntad de Dios! Así se expresaba también San Josemaría. Hay una
revolución, efecto de la Gracia santificante, desde la resignación (cumplir
de mala gana, aunque con decisión) hasta el amor (cumplir con entusiasmo
aunque cueste), que no echa de menos otra conducta más apetecible.
Por
lo demás, cumplir la voluntad de Dios, que equivale a actuar libremente de
acuerdo con el ejemplar divino en cada momento, comportarnos de acuerdo con
nuestra condición personal, no puede ser sino plenamente satisfactorio y
gratificante, no puede –si somos sinceros con nosotros mismos– sino traernos
la alegría y la paz.
San
Josemaría lo afirmaba: La aceptación rendida de
la Voluntad de Dios trae necesariamente el gozo y la paz: la felicidad en la
Cruz. —Entonces se ve que el yugo de Cristo es suave y que su carga no es
pesada.
Dios,
Señor nuestro, es infinitamente bueno, en su insondable sabiduría. Por
consiguiente, aunque cumplir su voluntad nos cueste, y nos cueste mucho en
ocasiones, de esa obediencia nos vendrá siempre la mayor felicidad. Puede
parecer en ocasiones un misterio, para la limitada inteligencia humana, pero
todo es posible para Dios, que nunca consiente que la tristeza defraude a los
que se esmeran por cumplir su voluntad.
Por
lo demás, Dios nos pide imposibles. Se tratará siempre de intentar
identificarse con la voluntad divina lo mejor que podamos. El intento
sincero, fruto de nuestro amor, es suficiente para agradar a Dios y es todo
lo que espera de nosotros.
Santa
María, esclava del Señor, acoge nuestros buenos deseos si, como niños
pequeños, hijos suyos, pedimos su ayuda para agradar siempre y en todo a
nuestro Padre celestial.
(OELDOMINGO)
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domingo, 16 de fevereiro de 2014
Vivir en la ley de Dios
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