quinta-feira, 8 de julho de 2010

Encerramento do Ano Sacerdotal

La pérdida de la confesión



Donde el sacerdote ya no es confesor,

se convierte en un trabajador social religioso.



Autor: Card. Joachim Meisner, arzobispo de Colonia | Fuente: www.temas.cl



(Por considerar o tema muito actual e de grande importância, vou salientar algumas frases proferidas pelo sr Cardial Joachim Meisner, dado que o texto original é muito extenso, por altura do encerramento do Ano Sacerdotal.)


Ciertamente no trataré de brindar una nueva exposición sobre la teología de la penitencia y de la misión. Pero quisiera dejarme guiar por el Evangelio hacia la conversión, para luego ser enviados por el Espíritu Santo a llevar a los hombres la buena noticia de Cristo, dijo a los sacerdotes que peregrinaron a Roma con motivo del fin del Año Sacerdotal.


En este camino, quisiera ahora recorrer 15 puntos de reflexión.


1. Debemos convertirnos nuevamente en una “Iglesia en camino a los hombres”. Esto, sin embargo, no puede ocurrir por un mandato. A esto nos debe mover el Espíritu Santo.


Una de las pérdidas más trágicas que nuestra Iglesia ha sufrido en la segunda mitad del siglo XX es la pérdida del Espíritu Santo en el sacramento de la Reconciliación. Para nosotros, los sacerdotes, esto ha causado una tremenda pérdida de perfil interior. Allí donde el sacerdote ya no es confesor, se convierte en un trabajador social religioso. En el confesionario, el sacerdote puede echar una mirada al corazón de muchas personas y de esto le surgen impulsos, estímulos e inspiraciones para el propio seguimiento de Cristo.


2. A las puertas de Damasco, un pequeño hombre enfermo, san Pablo, es tirado al suelo y queda ciego. En la segunda Carta a los Corintios, él mismo nos habla de la impresión que sus adversarios tenían de su persona: era físicamente insignificante y de retórica débil (cfr. 2 Cor 10,10). A las ciudades del Asia Menor y de Europa, sin embargo, a través de este pequeño hombre enfermo, será anunciado, en los años venideros, el Evangelio. Las maravillas de Dios no ocurren nunca bajo los “reflectores” de la historia mundial. Estas se realizan siempre a un lado; precisamente, a las puertas de la ciudad como también en el secreto del confesionario. Forma parte de la estrategia de Dios: obtener, mediante pequeñas causas, efectos de grandes dimensiones. Pablo, derrotado a las puertas de Damasco, se convierte en el conquistador de las ciudades del Asia Menor y de Europa. Su misión es la de reunir a los llamados en la Iglesia, dentro de la “Ecclesia” de Dios. Aún si -vista desde fuera- es sólo una pequeña y oprimida minoría, es impulsada desde dentro, y Pablo la compara al cuerpo de Cristo, más aún, la identifica con el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Esta posibilidad de “recibir de las manos del Señor”, en nuestra experiencia humana, se llama “conversión”. La Iglesia es la “Ecclesia semper reformanda” y, en ella, tanto el sacerdote como el obispo son un “semper reformandus” que, como Pablo en Damasco, deben ser tirados a tierra desde el caballo siempre de nuevo para caer en los brazos de Dios misericordioso, que luego nos envía al mundo.

    (continua)


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