El Año de la Fe en Roma vive con
intensidad las jornadas marianas del sábado y de hoy. Este domingo por la
mañana ante más de cien mil fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San
Pedro alrededor de la estatua de Nuestra Señora de Fátima, el Papa Francisco
presidió la Santa Misa. (12.10.2013)
Oración que recitó el santo padre a los
pies de la Imagen
Bienaventurada María, Virgen de Fátima,
con
renovada gratitud por tu presencia materna
unimos nuestra voz a la de
todas las generaciones
que te llaman bienaventurada.
Celebramos en ti las grandes obras de Dios,
que nunca
se cansa de inclinarse
con misericordia sobre la humanidad afligida por
el mal
y herida por el pecado, para sanarla y salvarla.
Acoge con
benevolencia de madre
el acto por el nos ponemos hoy bajo tu protección
con
confianza, ante esta tú imagen
tan querida por todos nosotros.
Estamos seguros que cada uno de nosotros es precioso a tus ojos
y
que nada te es ajeno de todo lo que habita en nuestros corazones.
Nos
dejamos alcanzar por tu dulcísima mirada
y recibimos la caricia
consoladora de tu sonrisa.
Proteje nuestra vida entre tus brazos:
bendice y
refuerza cada deseo de bien; reaviva y alimenta la fe;
sostén e ilumina
la esperanza; suscita y anima la caridad;
guíanos a todos nosotros en el
camino de la santidad.
Enséñanos tu mismo amor de predilección hacia los pequeños y los pobres,
hacia
los excluidos y los que sufren, por los pecadores
y por los que tienen
el corazón perdido:
reúne a todos bajo tu protección y a todos
entrégales
a tu Hijo dilecto, el Señor Nuestro, Jesús.
Amén.
Texto de la homilía del Papa Francisco
Hoy nos encontramos ante una de esas maravillas del Señor: ¡María!
Una criatura humilde y débil como nosotros, elegida para ser Madre de Dios,
Madre de su Creador.
Precisamente mirando a María a la luz de las lecturas que hemos
escuchado, me gustaría reflexionar con ustedes sobre tres puntos: primero, Dios
nos sorprende, segundo, Dios nos pide fidelidad, tercero, Dios es nuestra
fuerza.
1. El primero: Dios nos sorprende. La historia de Naamán, jefe del
ejército del rey de Aram, es llamativa: para curarse de la lepra se presenta
ante el profeta de Dios, Eliseo, que no realiza ritos mágicos, ni le pide cosas
extraordinarias, sino únicamente fiarse de Dios y lavarse en el agua del río; y
no en uno de los grandes ríos de Damasco, sino en el pequeño Jordán. Es un
requerimiento que deja a Naamán perplejo, también sorprendido: ¿qué Dios es
este que pide una cosa tan simple? Decide marcharse, pero después da el paso,
se baña en el Jordán e inmediatamente queda curado. Dios nos sorprende;
precisamente en la pobreza, en la debilidad, en la humildad es donde se
manifiesta y nos da su amor que nos salva, nos cura y nos fortalece. Sólo pide
que sigamos su palabra y nos fiemos de Él.
Ésta es también la experiencia de la Virgen María: ante el anuncio
del Ángel, no oculta su asombro. Es el asombro de ver que Dios, para
hacerse hombre, la ha elegido precisamente a Ella, una sencilla muchacha de
Nazaret, que no vive en los palacios del poder y de la riqueza, que no ha hecho
cosas extraordinarias, pero que está abierta a Dios, se fía de Él, aunque no lo
comprenda del todo: “He aquí la esclava el Señor, hágase en mí según tu
palabra” (Lc1,38). Es su respuesta. Dios nos sorprende siempre, rompe
nuestros esquemas, pone en crisis nuestros proyectos, y nos dice: Fíate de mí,
no tengas miedo, déjate sorprender, sal de ti mismo y sígueme.
Preguntémonos hoy todos nosotros si tenemos miedo de lo que el Señor
pudiera pedirnos o de lo que nos está pidiendo. ¿Me dejo
sorprender por Dios, como hizo María, o me cierro en mis seguridades,
seguridades materiales, seguridades intelectuales, seguridades ideológicas,
seguirdades de mis proyectos? ¿Dejo entrar a Dios verdaderamente en mi vida?
¿Cómo le respondo?
2. En la lectura de San Pablo que hemos escuchado, el Apóstol se dirige
a su discípulo Timoteo diciéndole: Acuérdate de Jesucristo, si perseveramos con
Él, reinaremos con Él. Éste es el segundo punto: acordarse siempre de
Cristo, la memoria de Jesucristo, y esto es perseverar en la fe: Dios nos
sorprende con su amor, pero nos pide que le sigamos fielmente. Pensemos cuántas
veces nos hemos entusiasmado con una cosa, con un proyecto, con una tarea, pero
después, ante las primeras dificultades, hemos tirado la toalla. Y esto,
desgraciadamente, sucede también con nuestras opciones fundamentales, como el
matrimonio. La dificultad de ser constantes, de ser fieles a las decisiones
tomadas, a los compromisos asumidos. A menudo es fácil decir “sí”, pero
después no se consigue repetir este “sí” cada día. No se consigue a ser fieles.
María ha dicho su “sí” a Dios, un “sí” que ha cambiado su humilde
existencia de Nazaret, pero no ha sido el único, más bien ha sido el primero de
otros muchos “sí” pronunciados en su corazón tanto en los momentos gozosos como
en los dolorosos; todos estos “sí” culminaron en el pronunciado bajo la Cruz.
Hoy, aquí hay muchas madres; piensen hasta qué punto ha llegado la fidelidad de
María a Dios: hasta ver a su Hijo único en la Cruz. La mujer fiel, de pie,
destruida dentro, pero fiel y fuerte.
Y yo me pregunto: ¿Soy un cristiano a ratos o soy siempre cristiano?
La cultura de lo provisional, de lo relativo entra también en la vida de fe.
Dios nos pide que le seamos fieles cada día, en las cosas ordinarias, y añade
que, a pesar de que a veces no somos fieles, Él siempre es fiel y con su
misericordia no se cansa de tendernos la mano para levantarnos, para animarnos
a retomar el camino, a volver a Él y confesarle nuestra debilidad para que Él
nos dé su fuerza. Es éste el camino definitivo, siempre con el Señor, también
en nuestras debilidades, también en nuestros pecados. Jamás caminar sobre el
camino de lo provisional. Esto sí mata. La fe es fidelidad definitiva, como
aquella de María.
3. El último punto: Dios es nuestra fuerza. Pienso en los diez
leprosos del Evangelio curados por Jesús: salen a su encuentro, se detienen
a lo lejos y le dicen a gritos: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros” (Lc
17,13). Están enfermos, necesitados de amor y de fuerza, y buscan a alguien que
los cure. Y Jesús responde liberándolos a todos de su enfermedad. Llama la
atención, sin embargo, que solamente uno regrese alabando a Dios a grandes
gritos y dando gracias. Jesús mismo lo indica: diez han dado gritos para
alcanzar la curación y uno solo ha vuelto a dar gracias a Dios a gritos y
reconocer que en Él está nuestra fuerza. Saber agradecer, dar gloria a Dios
por lo que hace por nosotros.
Miremos a María: después de la Anunciación, lo primero que hace es un
gesto de caridad hacia su anciana pariente Isabel; y las
primeras palabras que pronuncia son: “Proclama mi alma la grandeza del Señor”,
o sea, un cántico de alabanza y de acción de gracias a Dios no sólo por lo que ha
hecho en Ella, sino por lo que ha hecho en toda la historia de salvación. Todo
es don suyo. Si nosotros podemos entender que todo es don de Dios, ¡cuánta
felicidad hay en nuestro corazón! Todo es don suyo ¡Él es nuestra fuerza!
¡Decir gracias es tan fácil, y sin embargo tan difícil! ¿Cuántas veces nos
decimos gracias en la familia? Es una de las palabras claves de la convivencia.
"Permiso", "disculpa", "gracias": si en una
familia se dicen estas tres palabras, la familia va adelante.
"Permiso", "perdóname", "gracias". ¿Cuántas
veces decimos "gracias" en familia? ¿Cuántas veces damos las gracias
a quien nos ayuda, se acerca a nosotros, nos acompaña en la vida? ¡Muchas
veces damos todo por descontado! Y así hacemos también con Dios. Es fácil
dirigirse al Señor para pedirle algo, pero ir a agradecerle: "Uy, no me
dan ganas".
Continuemos la Eucaristía invocando la intercesión de María para que
nos ayude a dejarnos sorprender por Dios sin oponer resistencia, a ser
hijos fieles cada día, a alabarlo y darle gracias porque Él es nuestra fuerza.
Amén.
(Romereports.com
Textos completos: Radio Vaticana)
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