segunda-feira, 20 de abril de 2015

“Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma”





Contemplamos hoy la escena que viene justo a continuación del pasaje de los discípulos de Emaús, donde Jesús se vuelve a aparecer a sus discípulos.

Es una escena curiosa, donde entran en diálogo las reacciones de los discípulos y el deseo de Jesús de ser reconocido.

Por un lado, tenemos los discípulos: “Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma”. Se alarman. Dudan. Se sorprenden. “Y como no acababan de creer por la alegría”.

Por otro lado, Jesús que desea ser reconocido: “Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo. Dicho esto, les mostró las manos y los pies”. Y acabará comiéndose un pez asado.

Contemplamos un diálogo entre las reacciones de los discípulos y las palabras y gestos de Jesús. Un diálogo que a nosotros nos permite descartar tres hipótesis  que a lo largo de la historia se han dicho: vieron un fantasma, fue una experiencia de autosugestión, fue una experiencia espiritual.

.    “Vieron un fantasma, un espíritu”. ¡No! Por el texto queda claro que no. Vieron a Jesús con un cuerpo espiritualizado (sôma pneumatikón, sôma = cuerpo, pneuma = espíritu). ¡Les muestra las llagas! ¡Es Él! ¡Come!

.    Fue una experiencia de autosugestión. Dicen... “es que los discípulos deseaban tanto que resucitase que se  autoconvencieron entre ellos”. Una constante en todas las apariciones, también en ésta, es que los discípulos no se lo esperaban, hasta les cuesta creer que ha resucitado. Nada de autosugestión.

.    Fue una experiencia espiritual, interior. La escena, precisamente, quiere refutar esta idea. Lo vieron, lo  tocaron, lo escucharon, era Él, y hasta comió en su presencia.

Este convencimiento tan fuerte que tuvieron los discípulos, ha de ser también nuestro convencimiento. Su experiencia de Jesús resucitado ha de ser nuestra experiencia de Jesús resucitado.  Hemos de hacer nuestra su sorpresa, su espanto, sus dudas, y, finalmente, hemos de hacer nuestra su alegría y su convencimiento. Rezar con los textos de las apariciones nos lleva por este camino.

No se trata de saber que Jesús ha resucitado, se trata de experimentar el poder de la resurrección (Filipenses 3,10). No se trata de una cosa conceptual, intelectual, nocional, sino experiencial.

En el tiempo de Pascua tenemos este peligro; saber que Jesús ha resucitado, pero no vivirlo, no experimentarlo. El cristianismo se vive en el corazón y con el corazón, o no se vive.

¿Cuándo estamos experimentando el poder de la resurrección?
Experimentamos el poder de la resurrección, cuando ante los compañeros de trabajo, nos encomendamos al Señor y decimos lo que hemos de decir.
Experimentamos que Jesús ha vencido el mal, cuando le imploramos que nos dé fuerzas para perdonar, aquel a quien aún no hemos perdonado.
Experimentamos el poder de la resurrección, cuando queremos ser expertos en amor y no en criticar. La crítica y la murmuración, añaden más daño al mundo.

Experimentamos el poder de Jesús resucitado, cuando ya no podemos callarnos y explotamos, educadamente, a proclamar a Cristo como nuestra mejor luz. A proclamarlo como aquel que nos lo está dando todo.

Experimentamos el poder de Jesús resucitado, cuando deseamos acabar con el pecado en nosotros, y nos abrimos a Jesús para que pase por nuestras vidas y las resucite.

En la primera lectura se nos ha dicho: “Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados”. En la segunda lectura, se nos decía que Jesús es la “víctima de propiciación por nuestros pecados”. Y en el Evangelio, Jesús mismo, nos ha dicho: “y en su nombre (el Mesías) se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos”.

Es el gran signo de que la resurrección nos ha tocado; en nosotros hay más aversión al pecado, más deseo de que no vuelva a pasar, más hambre de “guardar su palabra” (segunda lectura), más confianza de que con Él podremos, podremos amar más y en todo momento. Porque la Pascua nos dice lo que dice hoy Pedro al pueblo: “él es el que nos abre el camino de la vida”. Amén. (LUCAS 23, 35-48)


camineo.info)

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