“Corrí hacia al aeropuerto y solo se veían cabezas, brazos, ríos de
sangre”
Todos los
españoles localizados en Nepal son evacuados a India. 107 están en paradero
desconocido
Taciturnos, ojerosos, exhaustos, como si
salieran de una pesadilla, los españoles
evacuados de Nepal, también los primeros europeos, han ido llegando desde la
pasada madrugada al aeropuerto de Nueva Delhi. Al llegar, muy pocos tenían
ganas de hablar, pero quienes lo hicieron no podían contener la tristeza y la
rabia. “Nos han tratado como a perros”, exclamaba Jonathan Herranz, un
extremeño de 27 años, residente en Barcelona, que salió de Nepal en el primer
avión, un vuelo comercial de la compañía aérea Spice Jet.
El terremoto sorprendió a Herranz en un taxi, camino del aeropuerto. El coche se
empotró contra una casa, él tuvo el reflejo de salir, tirado del brazo por un
nepalí. El taxista y sus dos compañeros de trayecto murieron aplastados en el
vehículo. “Corrí durante 45 minutos en shock hacia al aeropuerto y nada más se
veían cabezas, brazos, ríos de sangre y gente superpreocupada. La ciudad está
en el suelo, no existe, el patrimonio histórico se ha destruido
totalmente”, relata.
Herranz abandonó Nepal en el primer
grupo, junto a otros 35 adultos y un bebé. El resto de españoles que estaban
localizados en Katmandú fueron saliendo del país en otros dos vuelos, uno
comercial y otro de las fuerzas aéreas. En total, 127 españoles han sido
evacuados de Nepal a India, pero el Ministerio de Exteriores aún trata de
localizar a otros 107 compatriotas.
Quienes han logrado salir de Katmandú
relatan el caos tras el seísmo que ha asolado el país y que ha provocado
ya más de 4.000 muertos. Herranz pasó las 50 horas siguientes al
terremoto confinado en el aeropuerto, custodiado por guardias armados y sin
poder salir porque le obligaban a pagar una nueva visa. “Cada botella de agua
costaba 10 dólares, me robaron y no solo a mí, a todo el mundo”. La prioridad,
asegura, la tenían indios y chinos, a quienes separaron del resto y a los que daban comida y
bebida, al contrario que a los demás extranjeros. “Fueron 50 horas
en la pista, lloviendo, en manga corta, sin mantas…hacía mucho frío y yo soy un
adulto, pero allí había niños”.
Herranz afirma que ha llegado mucha ayuda
humanitaria a Katmandú, pero que lo único que han recibido los
nepalíes es una botella de agua un solo día. “La mercancía llegó al aeropuerto,
pero de ahí no salió”. Arremete contra el Gobierno nepalí del que dice que es
“la peor escoria" que ha visto jamás, y se confiesa “deprimido” pero
“orgulloso por tener un Gobierno como el español". "Al menos me ha sacado de
una catástrofe como ésta y no intenta estafarme como han hecho ellos”,
dice.
Al contrario que Herranz, que solo
llevaba 19 días en Katmandú, Mikel Aingueru Leizeaga, un guipuzcoana de 49
años, vive en Katmandú desde hace 22 y está casado con una nepalí. A las 11.57
del sábado, cuando se produjo el
seísmo, estaba en su agencia de viajes en Thamel, “el barrio
mochilero por excelencia, sin posibilidades de escape, porque son todo
edificios juntos, con calles por las que no cabe un camión y apenas entra un
taxi. No tienes escapatoria”.
A su lado se derrumbó un edificio de
siete plantas y él buscó refugio en un jardín público. Las dos últimas noches
las ha pasado en una campa, donde se reunieron todos los vecinos y cada uno
colaboraba aportando lo que podía: mantas, algún
colchón, una esterilla, galletas, un poco de té; lo básico.
Lo peor han sido las más de 70 réplicas
que siguieron al terremoto. “Son horas eternas, no puedes dormir, cada vez que
notas una vibración en el suelo piensas que puede ser peor que la primera, es
una angustia total”.
Algunos familiares de conocidos
de Aingueru Leizeaga han muerto. De otros no lo sabe, porque no ha podido contactar con
ellos. Lo que más le preocupa es que, en poco tiempo, sin
electricidad, sin agua, se agotarán los alimentos y el combustible y pueden
llegar las enfermedades. Aún así, piensa regresar. “En cuanto nos quitemos el
susto”. Allí está su vida.
(internacional.elpais)
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