III: La mal llamada intercesión
Jairo del Agua
(continuação)
Todavía pensamos que hay que enviarle poderosos emisarios, personalidades influyentes, repetidas solicitudes, para doblar su brazo y obtener su favor.Yo entiendo la intercesión a la inversa: Es el Padre el que nos llama, el que nos envía mensajeros y lazarillos que nos despierten y orienten. Nuestra Madre, los santos y cuantos nos quieren bien interceden ante nosotros con su ejemplo y sus palabras. Cuando nos acercamos a ellos nos gritan por dónde se regresa al Padre, nos convencen de la certeza de su amor. Nos repiten: "Haced lo que Él os diga" (Jn 2,5), por ahí se llega. El favor de Dios está garantizado. No es necesario que nadie le empuje para que salga a buscarnos. Él siempre nos espera en el camino con los brazos abiertos y la mesa puesta. No lo digo yo -mero copista- lo afirma el Evangelio.
Nuestro Dios, el de Jesús de Nazaret, el de la “parábola del hijo pródigo” (Lc 15,20), no necesita intercesores. ¿Nos lo creeremos algún día? El mismísimo Señor en su despedida nos lo dejó bien claro: “Yo no os voy a decir que rezaré por vosotros al Padre, porque el mismo Padre os ama, ya que vosotros me habéis amado y habéis creído que yo salí de Dios” (Jn 16,26).
Por tanto ni intercesión, ni intercesores. Desde que lo he descubierto, mi relación con la Madre y los santos es más cercana, más fluida, más amorosa. Ya no les pido, ni siquiera les hablo, les escucho y con ellos adoro: “Glorifica mi alma al Señor y salta de júbilo…” (Lc 1,46). Me he dado cuenta que la oración no consiste en "pedir" sino en "abrir" a quien está deseando entrar.
Cuando se trata de orar por otro ya no "intercedo" -pretensión fatua- sino que me dejo empapar de fraternidad, amor, ayuda… hacia esa persona o grupo. Ahora sé que “el mismo Padre les ama”, no necesitan influencias. Cuando "vivo" el amor a una persona y se lo cuento al Señor, no consigo nada especial del Cielo. Sólo consigo que mi amor se ensanche, crezca y se oriente a esa persona concreta. Si esa persona está presente en mi vida, sin duda notará mi amor en múltiples detalles (trato, sonrisa, apertura, paz, escucha, apoyo, etc.). ¡Mi oración ha sido eficaz! ¡He ayudado al otro! Si esa persona está ausente, la fuerza de mi amor le llegará secretamente. Las vivencias espirituales se transmiten a más velocidad que la luz. Si la telepatía -por ejemplo- está demostrada, ¿cómo no creer en las energías espirituales?
Cuentan que las lágrimas de santa Mónica conmovieron a Dios y le concedió la conversión de su hijo Agustín. ¡Totalmente falso! Fue el amor y la insistencia de una madre lo que movió al hijo a abrirse al Dios que su madre reflejaba. Y, ya se sabe, en cuanto Él encuentra un resquicio… nos inunda. Disparata quien afirma que “arranca” favores a Dios. Nada hay que arrancar, lo tenemos todo preconcedido porque Él está pirrado por nosotros. Somos nosotros los que tenemos que “arrancarnos” para caer en sus brazos.
(continua)
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