Amanhã, é dia de Cristo
Rei
Celebra la Iglesia a Jesucristo como Rey del Universo.
Y nos alegramos los cristianos porque el Señor, Nuestro Señor Jesucristo, a
quien amamos y en quien hemos puesto toda nuestra esperanza, es verdaderamente
el Rey de cuanto existe. Es Rey de las cosas y de los hombres; Dueño de la vida
y de la muerte; Señor del tiempo, de la historia y de la eternidad; y a la vez,
ese Rey que es nuestro Dios, es también nuestro Hermano Jesucristo. ¡Qué
seguros vivimos con nuestro Rey los hijos de Dios!
Tal
vez sintamos que nos hace falta más fe, que debemos elevar la vista por encima
de lo que contemplan nuestros ojos y afinar los oídos para atender lo que casi
no se escucha. Es posible que a algunos, habituados sólo a lo cotidiano y
material, no les quepa en la cabeza cómo Jesús puede ser Rey, cuando les parece
tan inconcreto, tan inaccesible, tan alejado del mundo, tan poco práctico...
Esa actitud no es de ahora. Así fue la reacción de aquel gobernante romano
–Pilato– que escuchó, como si nada... las palabras pronunciadas por la misma
Sabiduría: Mi reino no es de este mundo, y, tú lo dices: yo soy Rey.
Por
más que nos resulte clara la caducidad de la vida presente: lo efímeros que son
casi todos nuestros tesoros, muchos de los honores, muchos de los valores que
podemos admirar con nuestros ojos..., nos sentimos, sin embargo, como
arrastrados tras los atractivos de este mundo. Nos inclinamos ante
"reyes" de aquí, cuado no pretendemos ser nosotros el rey autónomo de
la propia existencia. Necesitamos liberarnos de esa especie de violencia
atractiva y esclavizante, que sabemos terminará en frustración cuando todo esto
acabe, porque acabará. De eso no tenemos dudas. Nada que sea una criatura puede
ser Rey y por eso los cristianos clamamos seguros: Regnare Christum
vólumus!, ¡queremos que Cristo reine!
Esos
mundos que muchos han construido sin Dios, con la aparente fuerza de sus
voluntades y el supuesto poder de la técnica, el dinero, la violencia..., estan
ensamblados de mentiras y, por eso, de debilidad aunque simulen fortaleza. Lo
notamos nosotros mismos, que desenmascaramos fácilmente tantos poderes
establecidos gracias a injusticias, a la desconsideración con los más débiles o
más necesitados..., o gracias la mentira, que se considera recurso válido para
el propio éxito.
Yo soy Rey –dice Jesús a
Pilato–. Para esto he nacido y para esto he venido
al mundo, para dar testimonio de la verdad; todo el que es de la verdad escucha
mi voz. Estas palabras del Señor, a punto de ser condenado a muerte
–cuando aún podía salvar la vida–, sí merecen nuestra confianza, porque son del
Hijo de Dios vivo, como lo llamó san Pedro.
Pero nuestro Rey reina sobre los hombres sirviendo, queriendo remediar la
ceguera de nuestra inteligencia herida por el pecado, y haciéndonos entender
que no podía negar su realeza, aunque afirmar Yo
soy Rey le condujera a la Cruz. Tan importante es para los hombres esta
verdad, que el Hijo de Dios quiso morir antes que negar su condición real.
Merecen
confianza porque son verdaderas. A mí, que digo la
verdad, no me creéis. ¿Quién de vosotros me argüirá de pecado? Si digo la
verdad, ¿por qué no me creéis?: palabras del Señor que recoge san Juan
en su evangelio. La bondad misma, inmutable, del Dios-Hombre es quien garantiza
su propia veracidad. No nos miente quien nos ama, y nadie puede querernos como
El, que muere para darnos a su vida. En dar su vida por los hombres amándonos
para que viviéramos por El, estaba el cumplimiento de su misión y se establecía
así el Reino de Dios entre los hombres, el Reino de los hijos de Dios.
Venga a nosotros Tu Reino, pedimos con mucha
frecuencia los cristianos, siguiendo la indicación de Jesús a los Apóstoles,
cuando éstos le pidieron consejo sobre cómo rezar. Pensemos en ese Reino de
Dios, tan bien descrito en el Evangelio: un Reino en el que todos somos
hermanos de la Familia de los hijos de Dios. Pensemos si nos une, entonces, la
caridad; si me interesan los que me rodean, a quienes conozco con sus
problemas; y otros, tal vez más lejanos por la distancia, que no lo están de
hecho, si verdaderamente lo deseo, para la oración.
En
esta gran solemnidad de Cristo Rey pedimos a Dios, junto a toda la Iglesia, que
venga a nosotros Su Reino
y que aparte de nosotros nuestros pequeños reinos. Pequeños, porque en ellos
servimos sólo a los hombres o a las ideas nuestras, pero no al único Rey,
Creador y Señor de cuanto existe. Y le damos gracias porque ha querido reinar
sobre los hombres, sólo para nuestro bien, aunque nos quiera a cada uno amando
desde nuestra cruz, como quiso a su Hijo Jesucristo.
En las
Letanías del Santo Rosario aclamamos a la Virgen muchas veces como Reina. ¡Que
Nuestra Madre reine en el mundo, nuestra casa! Con Ella a la cabeza podemos
descansar tranquilos.
(ElDomingo)
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